Pueden lograrlo si se lo proponen /btv1
AuthorÁlvaro GutiérrezReading8 minViews3202Published by07.07.2025
—Paco, pero son tus padres, ¡no los míos! ¿Por qué crees que cargarme con su cuidado es una buena idea?
Lucía miraba a su marido con reproche, mientras él bajaba la mirada, incómodo.
—¡No, dime algo!
—Bueno, es que… ayudar en la casa y cuidar de los mayores son cosas de mujeres, qué quieres que te diga.
—¡Ah, ya salió lo de las tradiciones! Pues entonces, según la tradición, el hombre debería traer el sustento a la familia, ¿no? Mantenerla sin que la mujer tenga que trabajar. ¡Y aquí no se ve nada de eso!
Paco frunció el ceño, enojado, y volvió a callar.
…Todo empezó cuando sus padres, Rosa y Vicente, tuvieron problemas graves de salud. A Rosa, tras años de artritis, le tuvieron que operar para colocarle una prótesis en la cadera, y a Vicente lo llevaron de urgencia con un ataque de pancreatitis.
Por suerte, lo peor ya había pasado y los dos salieron del hospital, aunque les costaba volver a su rutina. Las tareas de casa, que antes hacían sin problema, ahora se les atragantaban.
Al principio, asumieron que su hija Laura, la hermana menor de Paco, podría echarles una mano. Ella no trabajaba, su marido ganaba bien, tenía tiempo libre y, además, le gustaba ocuparse de la casa.
Pero, hace un mes, Laura anunció que se iban a Málaga por el trabajo de su marido. Ahora, los suegros de Lucía necesitaban ayuda urgente, sobre todo con el huerto, pues vivían en una casita a las afueras del pueblo.
Hay que decir que, aunque los padres de Paco la trataban bien, a veces se les escapaba algún comentario como: «Lucía tiene más carácter que muchos hombres». Y no era un halago. Les molestaba que su hijo, comparado con ella, pareciera un hombre sin voluntad. «Podría ser más suave, más femenina», pensaban.
Claro, «más suave»… Como si ya no se acordaran de lo contentos que estaban cuando su hijo se casó con una mujer «tan maravillosa», como decían entonces: inteligente, decidida, enérgica… Justo lo que necesitaba el pusilánquE de Paco para no perderse en la vida.
Pero, últimamente, a Lucía le costaba más ejercer ese papel de «fuerte» para su marido. En veinte años de matrimonio, había construido una carrera desde cero y, como jefa de logística, estaba a punto de ser nombrada subdirectora.
Paco, en cambio, seguía siendo un empleado de oficina sin ascender. No le importaba. Tenía un trabajo cómodo, sin presión, y aunque ganase poco… pues bueno. En cambio, el sueldo de Lucía era cinco veces mayor. Ella era quien mantenía a la familia, pero él prefería no pensarlo.
Además, siempre era Lucía quien resolvía todo: compaginar la baja maternal con trabajos extras, ayudar a su hijo Jaime con los deberes, defender a sus suegros en las broncas vecinas por el terreno, buscar tutores para que Jaime entrara en la universidad… «Porque Paco no entiende de eso».
***
Y ahora, encima, Paco insinuaba que ella era la indicada para cuidar de sus padres.
—¿Por qué yo y no tú?
Lucía entendía que a sus suegros, con más de sesenta años y salud frágil, les costaba, pero tampoco iba a dejarse avasallar.
—Es que tú eres fuerte, lo logras todo, se te da bien.
—Qué listo eres —frunció el ceño—. Primero me halagas y después te quitas la responsabilidad de encima.
Era día libre, pero Lucía amaneció agotada. La noche anterior, tuvo que llevarse trabajo urgente a casa y se quedó hasta tarde.
—Lucía, no exageres —se quejó Paco—. ¡Mis padres mismos dijeron que tú les servirías mucho mejor que yo! Porque, por cierto, te están esperando hoy. El huerto está que no se puede ni pisar. En fin, contamos contigo.
Y, con aire de deber cumplido, Paco se tumbó en el sofá, cogió un bocadillo, encendió la tele y se preparó para ver su programa favorito.
Al ver esa «escena costumbrista», a Lucía le hervió la sangre. ¿Se atrevía a exigirle eso, cuando ella ya apenas podía con su trabajo y la casa? ¿De dónde iba a sacar tiempo y fuerzas? ¿Convertir el día en 48 horas? ¿Pedirle superpoderes a alguien? A Paco le venía de perlas.
—¿Sabes qué? —saltó Lucía, arrebatándole el mando y apagando la tele—. ¡Ahora mismo te vas tú a ayudarles con el huerto! ¿Os creéis que soy Cenicienta y el hada madrina juntas? ¡Basta ya!
—Lucía, pero ¿qué te pasa? —Paco parpadeó, confundido.
—¡Esto! ¡Vete y hazlo tú, que no se te caerán los anillos!
—No me esperaba esto de ti —refunfuñó, levantándose a regañadientes.
—¡Saludos a tus padres! —le espetó ella con sarcasmo.
Cuando la puerta se cerró de un portazo, Lucía se tumbó en el sofá, encendió la radio con música clásica y cerró los ojos, deseando olvidarlo todo. Al menos por un día.
«Quizá tengo parte de culpa —pensó, mientras sonaba «Las cuatro estaciones» de Vivaldi—. Dejé que Paco se acostumbrara a vivir a mi costa, he malcriado a Jaime… Y ahora sus padres también quieren aprovecharse».
Un timbre la sacó de sus pensamientos. Era Jaime.
—Mamá, Álvaro y yo queremos ir a un concierto en Barcelona. ¿Me pasas pasta?
—¿Pasta para qué? ¿El tren? ¿La entrada? —Lucía, agotada, apenas procesaba la información—. ¿Y quién es Álvaro?
—Mi novia, te he hablado de ella.
—Ah, sí…
—Necesitamos para las entradas, el tren ya lo tenemos…
—Pues nada, hijo, guárdatelo —replicó ella, irritada—. ¡Que trabajes y la lleves tú a los conciertos!
Entendía que Jaime, entre estudios y trabajillos, apenas tenía dinero, pero ella ya pagaba todos sus caprichos. «Y Paco gasta su sueldo en sí mismo».
—Mamá, por favor, ya le he dicho…
—Vale, te lo mando —susurró, rendida—. Pero que sea la última. Si te crees tan adulto, empieza a ganarte la vida.
Justo cuando iba a descansar, sonó el teléfono otra vez. Era su suegra.
—Ay, Lucía —se quejó—, contábamos contigo. ¿Y nos mandas a Paco? ¡No sirve para nada! Solo Laura sabía ayudar… ¡Pero se fue!
—¿Y? ¿Acaso su hijo no puede?
—Pero si es hombre, Lucía, no está acostumbrado.
—Ah, ya veo de dónde le viene lo de «son cosas de mujeres» —replicó, seca.
La suegra siguió protestando, pero Lucía la cortó:
—Si no pueden solos, contraten a alguien. Hay servicios para eso, y baratos.
—¿Baratos? Nosotros pagamos bien si el trabajo es bueno.
—Me alegro, porque conmigo queríais mano de obra gratis.
Colgó y, antes de dormitar, tomó una decisión.
La semana siguiente, Paco y Jaime se fueron de pesca. Al volver, Lucía no estaba. No contestó el teléfono hasta la tarde.
—¿Sí? —respondió con voz relajada—. ¿Qué queréis?
—¡Lucía, estás loca! —rugió Paco—. ¿Desapareces sin avisar? ¿Dónde estás? ¡Vuelve!
—Imposible —sonrió—. Estoy disfrutando de los paisajes de Asturias.
—¿Y mientras el viento fresquito de las montañas le acariciaba el rostro, Lucía supo que, por fin, había elegido el camino correcto.