Mis padres estaban ambos paralizados y postrados en la cama, y no había dinero para que yo pudiera ir a la universidad. Mi abuela me dijo que fuera en bicicleta a la casa de mi tío para pedirle prestado el dinero de la matrícula, pero antes de que pudiera terminar de hablar, él me echó directamente de su casa. Mi tía incluso añadió: “¿Acaso tu padre está muerto para que tengas que pedirle a tu tío? ¿Por qué no le dices a tu padre que se encargue?”

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Cuando tenía 18 años, justo cuando recibí mi carta de admisión a la universidad, ocurrió un incidente. Ambos padres sufrieron un derrame cerebral y parálisis en casi todo el cuerpo. El dinero para los gastos hospitalarios y los medicamentos se ha agotado del dinero ahorrado durante mucho tiempo.

Se acerca el día de la admisión, estoy confundido acerca de cómo manejarlo. Mi abuela me miró y suspiró:
“O vas en bicicleta a la casa del tío H. para pedir prestado un poco de dinero, terminar tus estudios y devolverlo…

Al escucharla, monté un carrito de café casi diez kilómetros hasta la casa de mi tío. Antes de que pudiera terminar de decir la frase “Me gustaría pedir prestado un poco de dinero para la admisión…”, gritó:
“Mi casa ni siquiera tiene suficiente para comer, ¡quién puede alimentarte para estudiar! ¡Devolución!

Antes de que tuviera tiempo de recuperar su alma, mi tía agregó:
“¿Dónde murió tu padre y preguntó por ti? ¿Por qué no le dices a tu padre que se encargue de eso?

Me quedé quieto, agarrando el sobre blanco vacío en mi mano, luego giré silenciosamente el auto hacia atrás, tratando de ahogarme para que mi abuela no me viera llorar.

Incapaz de pedir dinero prestado, iba a abandonar la escuela, pero afortunadamente me ayudó un fondo de becas. Durante 4 años de universidad, estudié y trabajé a tiempo parcial, cada dólar que ganaba lo ahorraba y lo enviaba a mi abuela para que cuidara de mis padres.

Después de graduarme, solicité unirme a una gran empresa, lo intenté sin parar y después de 5 años, me convertí en gerente de departamento, ganando suficientes ingresos para que mi familia ya no lo necesitara.

El día de la muerte de mi abuela ese año, traje un sobre de $38,000 pesos mexicanos y lo coloqué en su altar. Después de eso, caminé hacia su casa, le entregué otro sobre y le dije claramente:
“Me lo quedo, como si le estuviera devolviendo el favor.

Hizo una pausa:
“Pero … No puedo ayudarte…

Sonreí:
“Fue gracias a ti ese día que aprendí que no podía confiar en nadie más que en mí mismo. Gracias por esa lección.

Toda la familia guardó silencio. Miró el sobre, sus ojos estaban rojos. La tía bajó la cara, sin atreverse a decir una palabra.