Mi mejor amigo fue al baño y me pidió que cuidara su teléfono. Por curiosidad, lo abrí… y no podía creer lo que vi.

Yo y Mauricio somos amigos desde la preparatoria. De sexos opuestos, pero nunca hubo nada ambiguo entre nosotros. Mauricio es amable, siempre correcto. El día que me casé, él me ayudó a tomar fotos, a acomodar las mesas, igual que una amiga atenta. Durante todos estos años, fue testigo de mi felicidad, y luego fue testigo de cómo mi matrimonio se deterioraba. Nunca me criticó ni me juzgó, solo me consolaba en silencio y, de vez en cuando, me decía: “Cuida tu salud, cuida tu ánimo”.

Hace poco, me divorcié oficialmente. Dos meses han pasado y las heridas aún no sanan. Mi esposo me engañó, no una, sino muchas veces. Y cada vez que yo quería confrontar a la otra mujer, Mauricio me detenía. Finalmente, ya no pude soportarlo más y decidí liberarme.

Nuestros amigos de siempre, al enterarse de mi divorcio, comenzaron a invitarme a salir más seguido. Esa noche, el grupo de la preparatoria se reunió para cenar y beber. Mauricio tomó un poco de más y fue al baño, pidiéndome que cuidara su teléfono porque estábamos en un puesto callejero poco seguro. No era la primera vez que cuidábamos las cosas del otro, pero esta vez sentí un impulso extraño. No suelo ser curiosa, pero al tener el teléfono en la mano, sin saber por qué, marqué una secuencia de números… lo más extraño es que esa secuencia era mi fecha de nacimiento. Para mi sorpresa, el teléfono se desbloqueó.

Mi corazón latía con fuerza. Al revisar, encontré un álbum bloqueado con contraseña. Probé escribir el saludo que solíamos mandarnos en la preparatoria… y se abrió.

Dentro había cientos de fotos mías a lo largo de los años: desde el último año de prepa hasta ahora. Había fotos de mí sonriendo radiante en mi boda, fotos en las que me limpiaba las lágrimas en una reunión de exalumnos, fotos con mi hijo recién nacido en el hospital, e incluso imágenes tomadas a la distancia cuando estaba sola en una cafetería.

Me quedé ahí, en medio del bullicio del lugar, con la garganta apretada. Tan lejos y tan cerca a la vez… durante todos estos años, la persona que necesitaba había estado justo aquí. Alguien que se mantenía paciente, al margen de todos mis problemas, sin interrumpir, solo observando y ayudando en silencio.

Esa noche, en casa, no pude dormir. Sentí pena, arrepentimiento, y una extraña curiosidad por saber por qué Mauricio había guardado ese sentimiento durante tantos años. Si no me hubiera casado tan apresuradamente aquel año… si hubiera mirado más de cerca sus ojos… quizás mi vida habría sido diferente. Pero ahora, divorciada, me preguntaba si mi corazón realmente estaba latiendo por él… o si solo era el vacío lo que lo hacía sentir así.

Pasé la noche entera dando vueltas en la cama, sin poder cerrar los ojos. Cada vez que los cerraba, las imágenes volvían a mi mente, claras, llenas de emoción.
En mis risas, Mauricio estaba ahí. En mis lágrimas, Mauricio también estaba ahí. Y en los momentos más inesperados… siempre había una cámara capturando mi silueta.

A la mañana siguiente, le envié un mensaje corto: “Gracias por estar siempre ahí.”
Mauricio respondió igual de breve: “Siempre.”

Días después, lo invité a tomar un café. Sentados frente a frente, ya no sentí esa distancia de “solo amigos”. Lo miré directamente a los ojos y pregunté:
—¿Por qué guardaste todas esas fotos?

Él guardó silencio por un momento y luego sonrió suavemente:
—Porque era la única forma de estar cerca de ti… sin incomodarte.

Sus palabras atravesaron mi corazón. Me di cuenta de que, todos estos años, yo había estado persiguiendo una felicidad equivocada, ignorando a la persona que realmente me valoraba.

No nos apresuramos a hablar de amor. Solo acordamos que, a partir de ahora, intentaríamos caminar juntos —no como mejores amigos, sino como dos personas que saben muy bien el valor de estar presentes el uno para el otro.

Esa noche, de vuelta a casa, abrí la ventana y dejé que el viento fresco entrara. Por primera vez en meses, mi corazón se sintió tranquilo y cálido. Quizá, a veces, la felicidad no está tan lejos… siempre estuvo ahí, esperando pacientemente a que volteara, tal como Mauricio lo hizo conmigo durante media vida.