Mi esposa ya había llegado a la menopausia, pero aún así me complacía al máximo; con apenas un poco más de 30 años yo ya me sentía agotado. Una noche, entré sigilosamente a la habitación para descansar un poco y resultó que…

Esa noche, llovía suavemente. Llegué a casa más temprano que de costumbre, pensando en aprovechar para dormir y recuperar fuerzas, porque últimamente mi esposa… estaba demasiado “entusiasta”, y yo, con poco más de 30 años, ya me sentía sin aliento.

La casa estaba en silencio, solo la luz tenue de la lámpara de noche se filtraba desde el dormitorio. Entré de puntillas y vi que mi esposa estaba en la ducha. Mis ojos, sin querer, se posaron sobre su pantalón colgado en la silla. No sé por qué, una oleada de curiosidad me invadió. Metí la mano en el bolsillo…

Mis dedos tocaron algo duro, frío. Lo saqué y quedé paralizado. Era toda una bolsa negra de plástico, y dentro había… unas pastillas extrañas, frascos pequeños con etiquetas en un idioma extranjero, junto con varias jeringas y unos papeles médicos.

En el papel, unas letras rojas en negrita me hicieron temblar:

“Tratamiento de apoyo hormonal — dosis alta”

El mundo me dio vueltas. Así que, todo este tiempo…

Me dejé caer en la silla. Mi esposa salió del baño y, al verme con aquellas cosas en la mano, su rostro palideció. Se sentó junto a mí, temblando, y con voz apenas audible dijo:

—Yo… no quiero que pienses que ya estoy vieja, que ya no soy atractiva… Solo temo que un día te canses de mí. Hago todo esto… solo para que te quedes.

Me quedé sin palabras. No sabía si sentirme enojado, conmovido o asustado. Afuera, la lluvia golpeaba el techo como tambores, y en mi interior… había una sensación indescriptible.

Desde aquel día en que descubrí aquellas cosas “terribles” en el bolsillo de mi esposa, mi corazón quedó enredado como un ovillo. Al principio pensé que era algo que alguien había olvidado, pero revisando bien me di cuenta de que todo estaba nuevo, cuidadosamente empaquetado, algunas cosas incluso con etiquetas extranjeras.

Empecé a fijarme más: cada noche mi esposa se bañaba, se perfumaba y luego venía a la cama. Nuestra vida íntima seguía siendo frecuente, incluso más intensa que antes, pero en su mirada había algo extraño… como si guardara un secreto.

Un mediodía fingí estar lejos por trabajo, pero en realidad volví a casa. Abrí la puerta del dormitorio y quedé paralizado: mi esposa estaba sentada junto a la mesa, con el teléfono en la mano haciendo una videollamada a un grupo de otras mujeres; alrededor había libros de instrucciones y todo tipo de… artículos de apoyo. Escuchando a escondidas, supe que durante meses había estado participando en un club secreto para mujeres menopáusicas, especializado en “investigar” maneras de mantener viva la llama del matrimonio.

Me quedé detrás de la puerta, sintiendo una mezcla de vergüenza y un nudo en la garganta. Resultó que no se trataba de que ella hubiera cambiado o escondiera algo oscuro… sino de que temía que la edad me alejara de su lado.

Esa noche no dije nada, solo la abracé con fuerza. Pero en el fondo de mi corazón, decidí que tenía que hacer algo inesperado para que esa mujer supiera que, para mí, ella seguía siendo la “chica” más hermosa, sin importar el paso del tiempo.