Mi cuñada fue sorda y muda durante 7 años, pero cuando murió mi hermano y la familia se reunió para dividir los bienes, rompió en llanto y dijo algo que nos dejó a todos sin palabras.
Mi cuñada solía ser una persona vivaz y llena de energía.
Pero un día, en un accidente mientras regresaba del trabajo, perdió completamente la audición, y desde ese momento no volvió a pronunciar una sola palabra.
Durante 7 años, vivió en silencio junto a mi hermano, sin quejas, sin discusiones.
Todas las tareas del hogar —desde cuidar a mis suegros hasta criar a nuestro pequeño sobrino— las hacía en absoluto silencio.
Se comunicaba únicamente con papel y bolígrafo, o a veces con mensajes de texto en su teléfono, cuando era realmente necesario.
La verdad, yo la admiraba.
Pero un día, la desgracia nos golpeó de lleno.
MI HERMANO MURIÓ DE REPENTE
Mi hermano falleció por un derrame cerebral mientras trabajaba en la fábrica.
No tuvo tiempo de dejar una última voluntad. No dejó testamento.
Mis padres ya habían fallecido hacía mucho tiempo, así que la división de la herencia se convirtió en una chispa que encendió toda la tensión familiar.
En la familia solo quedábamos dos hermanos: mi hermano mayor, el esposo de mi cuñada, y yo, el hermano menor, quien me encargaba de la casa y los documentos.
Durante el velorio, el hermano menor soltó una frase fría:
—La casa y el terreno están a nombre de nuestros padres. Son bienes familiares. Ahora que mi hermano ha fallecido, lo justo es redistribuir todo.
Hay que dividirlo entre los hermanos. No se puede dejar todo en manos de mi cuñada.
MI CUÑADA PERMANECIÓ EN SILENCIO
Llevaba el traje negro de luto, el cabello suelto, y las manos le temblaban mientras ofrecía la copa de agua.
No pronunció una sola palabra. Tampoco mostró reacción alguna.
La familia murmuraba:
—Ella solo vive a costa de la familia de su esposo…
—El hermano murió joven, la esposa es muda… esto ya se acabó para ella…
Nos sentamos a conversar, y alguien incluso propuso vender la casa y dividirla en tres partes:
una para mi cuñada, otra para el hermano menor, y el resto entre los demás parientes.
Yo estaba indignado, pero no sabía qué decir.
Todos pensaban que, por ser muda, mi cuñada no entendía nada.
PERO JUSTO CUANDO TODOS ESTABAN A PUNTO DE FIRMAR LOS PAPELES PARA DIVIDIR LA CASA, ELLA HABLÓ
Se levantó, con los ojos enrojecidos, golpeó la mesa con la mano y rompió en llanto.
Su voz, ronca y entrecortada, pero claramente audible, dijo:
—Esta casa… la construimos con el dinero de mi riñón, que vendí…!
La sala entera quedó en un silencio sepulcral.
Temblando, sacó una fotocopia antigua, amarillenta: un certificado médico de la cirugía de extracción de riñón, de hace 8 años.
La tomé con manos heladas.
—Cuando mi esposo estaba desempleado y pensaba volver al pueblo… yo…
yo vendí mi riñón para pagar la entrada del terreno y construir esta casa desde cero…
Lo dijo lentamente, pero cada palabra fue clara.
LA FAMILIA ENTERA ENMUDECIÓ. EL HERMANO MENOR ESTABA BAÑADO EN SUDOR FRÍO.
Nadie volvió a decir nada.
Desde el que quería apropiarse de la casa, hasta los familiares que murmuraban por lo bajo,
todos se miraban con rostros pálidos.
La mujer a la que llamaron “muda” durante 7 años…
No había guardado silencio por ignorancia ni por falta de inteligencia, sino por todo el sufrimiento que había soportado.
Se levantó, recogió los papeles y se fue a su habitación.
Desde ese momento, nadie volvió a mencionar la palabra “división”.
Una sola frase, tras 7 años de silencio…
Fue suficiente para hacer que todos agacharan la cabeza.