Iba a retirar 500 mil pesos para prestárselos a mi novio, pero esa noche sentí una inquietud. Revisé sus fotos antiguas y descubrí algo muy sospechoso.
Yo y Héctor llevábamos saliendo poco más de un año. Él trabajaba en logística, no ganaba tanto como yo, pero parecía responsable, trabajador y respetuoso. Yo pensaba: “Un hombre así, para casarse y formar familia, da tranquilidad”.
Pero una tarde, hace una semana, me llamó con la voz temblorosa. Me dijo que su papá acababa de ser diagnosticado con un tumor en el hígado y necesitaba una cirugía urgente, muy costosa, que el seguro no podía cubrir. Me pidió:
—“Estoy desesperado… ¿podrías prestarme 500 mil pesos para poder operar a mi papá?”
Yo me conmoví. Ya había visto a su padre en algunas ocasiones: un hombre delgado, de mirada noble, alguien en quien podía confiar. Pensé: “El dinero lo tengo; si con eso se salva una vida, y además la de mi futuro suegro, ¿cómo dudarlo?”.
Esa noche revisé mi libreta de ahorros, planeando retirar el dinero al día siguiente. Pero de pronto, una inquietud me invadió. No podía dormir tranquila.
Encendí el celular y empecé a revisar fotos antiguas en sus redes sociales. Y me encontré con una imagen donde él abrazaba a una mujer desconocida, en un hospital, con el pie de foto de hace más de un año:
“El día que mi mamá salió del hospital, gracias a Dios por cuidarla.”
Me quedé helada. Si su mamá había estado tan enferma, ¿por qué jamás lo mencionó? Y su papá —el que supuestamente estaba hospitalizado con un tumor— aparecía en varias fotos más recientes, sano, incluso en una fiesta hacía apenas unos meses.
El corazón me latía con fuerza. Decidí investigar. Contacté por Facebook a un amigo de la preparatoria de Héctor, preguntándole por su familia. Él, sin sospechar nada, me contestó:
—“¿El papá de Héctor? ¡Bien de salud! La semana pasada lo vi jugando ajedrez en el parque. ¿Por qué preguntas?”
Sentí que la sangre me hervía. Todo había sido inventado. ¿Para qué? ¿Acaso deudas? ¿O habría otra mujer detrás?
Le escribí a Héctor:
—“Mañana voy al hospital a visitar a tu papá.”
El mensaje quedó en “visto”, sin respuesta. Un rato después, me llamó apresurado:
—“Mejor no vengas. Mi papá no quiere que nadie lo vea en este estado. Solo confía en mí, ¿sí?”
En ese instante supe que había tocado un secreto que él intentaba ocultar.
Pasé la noche entera pensando. Recordé todas las veces que me había pedido pequeñas cantidades de dinero, las evasivas cuando hablábamos de su familia, las excusas interminables. Todo encajaba.
Al día siguiente, él me citó. Su rostro mostraba falsa preocupación, repitiendo una y otra vez lo costosa que era la supuesta operación.
Yo lo miré fijo y le solté:
—“Hablé con tu amigo. Dice que tu papá está perfectamente. La semana pasada estaba en el parque. ¿Me vas a seguir mintiendo, Héctor?”
Su cara perdió el color. Tartamudeó:
—“E-emm… seguro lo confundieron…”
Lo interrumpí:
—“¿Y las fotos de tu familia? ¿Y tu mamá saliendo del hospital hace un año, cuando según tú jamás me hablaste de eso? ¿Quién está enfermo en realidad, Héctor? ¿O todo esto es pura mentira?”
No le quedó salida. Bajó la cabeza y confesó:
—“Estoy endeudado. Pedí dinero prestado, intereses altos, ya no sé cómo salir. Tenía miedo de contarte… pensé que si lo sabías, me dejarías.”
Me reí con amargura. Las lágrimas me ardían en los ojos:
—“¿Dejarte? Lo que acabas de hacer es peor. Me usaste, me viste como un cajero automático. ¿Y todavía esperas que me quede?”
Él me tomó de la mano, suplicando:
—“Perdóname, dame otra oportunidad. Voy a cambiar, voy a pagar todo…”
Me solté con firmeza:
—“Tuviste tu oportunidad todo este tiempo, pero elegiste la mentira. Yo no quiero a un hombre que vive de engaños. Aquí se acaba todo.”
Me levanté y me fui, ignorando sus gritos detrás de mí.
Al salir del café, el viento frío me golpeó, pero por dentro me sentí ligera. Había escapado de una trampa disfrazada de amor. Los 500 mil pesos seguían en mi cuenta, pero más importante aún, me había salvado de perderme a mí misma.
Esa noche, abrazando mi libreta de ahorros, lloré y sonreí al mismo tiempo. Me prometí que nunca más dejaría que el corazón me cegara frente a las señales.
En la calma de la madrugada, por primera vez en mucho tiempo, sentí paz. Había cerrado una puerta peligrosa, y delante de mí se abría un futuro distinto, limpio y libre.