Fui a un viaje de negocios y me encontré con mi exesposa, así que “aproveché una noche”; por la mañana, me quedé paralizado al ver bajo la almohada un “pago” de $460 MXN, pero la verdad detrás de ello me dolió aún más…

Có thể là hình ảnh về 2 người và bộ vétFui a un viaje de negocios y me encontré con mi exesposa, así que “aproveché una noche”; por la mañana, me sorprendí cuando miré mi almohada y vi algo…

Hace siete años, María y yo nos divorciamos. No fue por traición, ni porque se hubiera acabado el amor, sino por pequeñas discusiones domésticas que se fueron acumulando. En ese momento, yo era impaciente, egoísta, pensando que “podíamos vivir sin el otro”. María firmó en silencio los papeles, se llevó algo de ropa y desapareció de mi vida.

Desde entonces, no la volví a ver. Las noticias sobre María se desvanecieron en el vacío. Hasta el mes pasado, cuando la empresa me envió a un viaje de negocios a Cancún.

Un hotel de lujo frente al mar. Después de un largo día de reuniones, entré en el ascensor y me quedé helado: María estaba allí. Llevaba un vestido azul marino, el cabello ligeramente ondulado, los ojos un poco sorprendidos, pero enseguida sonrió:
—Ha pasado demasiado tiempo…
—Sí… no esperaba verte aquí.

Charlamos unas frases, y descubrí que ella también estaba en un viaje de negocios. Cuando el ascensor llegó a mi piso, dudé:
—Esta noche… ¿tomamos algo?

María me miró durante unos segundos, con una ligera sonrisa en los labios:
—De acuerdo.

Esa noche, bajo la luz tenue y amarillenta, bebimos y hablamos hasta tarde. Al despedirnos, mis pasos no se dirigieron a mi habitación, sino que la seguí. Nadie dijo una palabra más, solo hubo un abrazo apretado y respiraciones aceleradas.

Esa noche, todo ocurrió como una compensación… o un momento de debilidad. No pensé en el pasado, ni en el futuro. Solo sabía que quería aferrarme a esa sensación familiar un poco más.

A la mañana siguiente, desperté con la luz suave del sol. María ya se había ido. En la almohada, donde ella había estado acostada la noche anterior, había dos billetes de $230 MXN cada uno, perfectamente doblados.

Me quedé perplejo. Los dos billetes estaban allí como un mensaje sin palabras. Un sentimiento de humillación y amargura me invadió: “Entonces, para ella, lo de anoche solo valió… ¿$460 MXN?”.

Guardé el dinero en el bolsillo, pensando en tirarlo a la basura. Pero esa tarde, cuando estaba a punto de salir del hotel, el recepcionista me entregó un sobre:
—Alguien le envió esto.

Dentro había un papel con unas palabras de María:

“Dos billetes de $230… es el dinero que ahorré durante un mes cuando estaba embarazada para enviarle a tu madre, el día que me fui. En ese momento, ella estaba gravemente enferma y tú no lo sabías. Le di el dinero para que comprara medicinas, pero insistió en que me lo devolvería más tarde. Antes de morir, me pidió que te lo devolviera.

Lo guardé durante 6 años, sin saber cómo dártelo. Anoche fue la primera y la última vez. No quiero cargar con deudas, ni siquiera con la única deuda que me dejaste.”

Al leer esto, sentí como si me apretaran el corazón. La imagen de mi madre en la cama del hospital volvió a mí, junto con el hecho de que, durante todo ese tiempo, yo estaba absorto en mi ego y mi estúpido narcisismo, mientras la mujer que más me había amado cargaba con una responsabilidad que me correspondía a mí.

Miré los dos billetes. Ya no eran una “remuneración” como había pensado, sino la última muestra de cuidado… y también una despedida que no necesitaba palabras.

Esa noche, no pude dormir. Porque, a veces, lo que nos hace perder toda una vida no es ese dinero… sino la razón que hay detrás.