El marido le dejó a su exesposa una mansión en un pueblo remoto como parte de su herencia. Ella fue a verla, y allí…
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АвторasdadВремя чтения4 мин.Просмотры5559Комментарии0Опубликовано
Vera salió del coche, cerró la puerta con fuerza y respiró profundo el aire húmedo del campo. Delante de ella se levantaba la casa: una construcción antigua pero imponente, de dos plantas, con grandes ventanales cubiertos por cortinas gruesas que parecían guardar secretos que no querían ver la luz del día.
El portón de hierro forjado crujió al abrirse. El jardín, que alguna vez fue cuidado y elegante, estaba ahora invadido por maleza y enredaderas. Las ramas de los árboles rozaban el tejado, como intentando arrastrar la casa de vuelta al bosque.
—¿Esto es lo que me dejó Alexei? —murmuró con mezcla de incredulidad y desdén.
Cada paso hacia la entrada despertaba recuerdos: la risa de Alexei, sus promesas, su traición. El pasado parecía pegado a las paredes, como el polvo que cubre los viejos cuadros del recibidor.
Con la antigua llave de cobre abrió la puerta. Un olor a humedad y madera vieja la envolvió. Todo permanecía intacto, pero con una inquietante sensación de abandono, como si alguien se hubiera marchado de prisa.
Sobre la chimenea encontró una foto enmarcada: Alexei, con bata, sentado en el sillón de la esquina. A su lado no estaba Milana, sino una niña de cabello oscuro. Vera frunció el ceño. Alexei nunca le había mencionado que tenía una hija.
Revisó la casa y en el estudio halló cuadernos con la letra de Alexei: listas de medicamentos, horarios de citas médicas y… cartas. Muchas cartas. Una, fechada seis meses antes de su muerte, llevaba su nombre: “Para Vera, cuando yo ya no esté”.
Temblando, la abrió:
“Vera,
Si estás leyendo esto, es porque el destino nos ha reunido de nuevo, aunque sea de manera indirecta. Esta casa fue mi refugio, incluso de Milana. Aquí pasé los últimos meses de mi enfermedad, lejos de su mirada.
Hay cosas que no pude contarte. Milana no fue solo un error, fue un peligro. Y cometí el peor error: dejar que alguien como ella se acercara tanto. Aquí, en esta casa, hallarás respuestas. Busca en el sótano.
Perdóname, si puedes.
—Alexei”
El suelo pareció temblar bajo los pies de Vera. Bajó al sótano, donde el aire frío y el olor a tierra húmeda y metal oxidado la envolvieron. Encendió la linterna del móvil.
En un rincón polvoriento, detrás de un armario cubierto con una manta, encontró una pequeña puerta metálica cerrada con un candado. Recordó el juego de llaves que traía consigo. Una encajó.
Dentro había cajas de archivos, discos duros, grabaciones y fotografías. Pruebas médicas de Alexei con diagnósticos contradictorios, recibos de clínicas privadas, informes manipulados. También grabaciones de voz con discusiones entre Alexei y Milana. En una, él gritaba:
—¡No quiero más tus pastillas! ¡No me hacen bien!
Vera se tapó la boca con la mano. No estaba loca. Alexei también dudaba de Milana.
Salió del sótano en silencio, con el corazón apretado por la mezcla de rabia y tristeza. Al día siguiente, fue directo al despacho del notario y pidió ayuda legal.
Semanas después, Milana fue citada a declarar. Lo que siguió fue una ola de investigaciones: fraude médico, intento de homicidio, manipulación de documentos. El caso ocupó titulares durante meses.
Y Vera… decidió quedarse en la casa. Poco a poco la fue restaurando. Plantó flores en el jardín como símbolo de renacer. Allí encontró su paz y una nueva vida. No la que Alexei le había prometido, sino la que ella misma construyó, entre secretos descubiertos y dignidad recuperada.