El hijo de un millonario trae a casa a una chica negra… y lo que la madre ve en su collar la deja helada.

En el momento en que Catherine Waverley vio el collar de la chica, su mundo entero se detuvo. Un segundo estaba levantando su copa de vino; al siguiente, se quedó mirando, congelada y en silencio, el colgante de oro que colgaba justo debajo de la clavícula de Jader. Era un delicado dije en forma de luna creciente, grabado con una sola inicial: una “L”. El joven Chase Waverley, de dieciséis años, sonreía orgulloso a su lado, presentando a la chica que había traído a casa.

—Mamá, papá, ella es Jader —dijo.

Jader ofreció una sonrisa suave, su voz firme a pesar de la tensión que se respiraba en la sala.
—Es un placer conocerla, señora Waverley.

Catherine no respondió. Su mirada permaneció fija en el collar.

Robert Waverley, sentado a la cabecera de la mesa, carraspeó.
—¿Y cómo se conocieron?

—En el Refugio Lincoln —respondió Chase rápidamente—. Ella enseña programación a niños más pequeños. Es donde yo hago voluntariado.

—Increíble —murmuró Robert, forzando una sonrisa.

Catherine parpadeó por fin y dejó su copa sobre la mesa, intacta.
—Con permiso —dijo, levantándose lentamente. Su voz se había vuelto fría, casi quebradiza—. Regreso en un momento.

Se dio la vuelta y salió de la sala con rigidez, llevando una mano no a su rostro para recomponerse, sino a su propio collar, oculto bajo la blusa. Algo estaba muy, muy mal. Catherine Waverley no se detuvo hasta llegar a la suite principal.

Cerró la puerta, echó el cerrojo y abrió con manos temblorosas la antigua caja de joyas sobre su tocador. Enterrado entre perlas y diamantes estaba un collar casi idéntico al que llevaba Jader: una luna creciente de oro, grabada con la misma letra, L. No había visto ese símbolo en casi dos décadas.

En el comedor, el ambiente se había aligerado un poco, pero apenas. Jader bebía agua en silencio mientras Chase hablaba sin parar para llenar el vacío.
—También le interesa la inteligencia artificial y la robótica, mamá. De hecho, está solicitando ingreso a Columbia.

Robert arqueó una ceja.
—Impresionante.

Jader asintió.
—Siempre me ha encantado resolver acertijos.

Robert le dedicó una pequeña sonrisa cortés, pero sus ojos volvieron a posarse en el collar.
—Es una pieza preciosa.

—Herencia familiar —dijo Jader, y luego hizo una pausa—. Bueno, en realidad no. No sé de dónde vino. Crecí en hogares de acogida. El collar fue lo único que encontraron conmigo cuando era un bebé.

La sala quedó en silencio. Robert intercambió una mirada con la puerta vacía por donde Catherine había desaparecido.

Jader no se dio cuenta. Seguía mirando el dije dorado, completamente ajena a que acababa de abrir una puerta por la que nadie en esa casa quería volver a entrar.

Catherine estaba en el lavabo del baño, dejando correr agua fría sobre sus muñecas, la respiración temblorosa y agitada. No había pensado en aquella noche en años. La lluvia. Los gritos. La decisión de la que juraron no volver a hablar jamás. Y ahora, una chica aparece en su casa llevando ese collar. Se aferró al lavabo, luchando por mantenerse en pie.