Al enterarse de que su esposa había tenido un accidente y que supuestamente había muerto, la familia política organizó una fiesta para celebrar, pensando que podrían quedarse con los 15 millones de pesos de su dote… sin imaginar que todo era una trampa.

Valeria acababa de despertar después de una cirugía, con el cuerpo aún adolorido, pero con la mente más clara que nunca. El accidente había ocurrido apenas dos días antes y las imágenes seguían grabadas en su memoria: un camión salió de un callejón estrecho y se estrelló de frente contra su coche. Todos pensaban que había sido un hecho fortuito, pero Valeria no. Una inquietud en su corazón le decía que detrás de todo había un plan.

Recordó la mirada de su suegra y de su cuñada aquella mañana. Cuando les comentó que iría a visitar a su madre en su pueblo natal y que llevaría consigo los documentos para retirar los 15 millones de pesos de su dote, sus ojos brillaron de una manera extraña. Ese dinero había sido un regalo de sus padres cuando se casó, y estaba claramente registrado como su propiedad exclusiva.

Valeria se hizo la dormida en la cama del hospital, pero sus oídos estaban atentos a todo. Afuera de la habitación, su esposo —Mauricio— hablaba por teléfono, en un tono bajo pero con una emoción que no pudo ocultar:

—Sí… el doctor dice que las posibilidades de que sobreviva son muy bajas… Vayan preparando la comida, como para despedirla… Ah, y los papeles de la dote yo me los llevo de una vez.

Sintió un golpe en el corazón. El hombre en quien más había confiado deseaba que no despertara.

Esa noche, Valeria no pudo dormir. Las lágrimas empaparon la almohada, pero su mente estaba fría y decidida. Sabía exactamente lo que debía hacer.

A la mañana siguiente, pidió discretamente a una enfermera de confianza que contactara a su abogado. Le contó todo, le entregó copias de los documentos de la dote y de sus bienes personales. El abogado, después de escucharla, solo asintió:

—No se preocupe. Vamos a dejar que ellos mismos se desenmascaren.

Valeria fingió debilidad y le dijo a Mauricio que el médico la daría de alta antes de lo previsto, pero que necesitaría unos días de reposo en casa de su familia política para estar “cerca de quien la cuidara”. Mauricio, encantado, llamó de inmediato a su madre para avisar.

El día que Valeria regresó, la casa de los suegros estaba inusualmente animada. En la mesa había una fila de platillos lujosos y el comedor estaba lleno de comida. La suegra sonreía ampliamente, pero su mirada parecía atravesarla, como buscando asegurarse de que estaba lo suficientemente lúcida para firmar el documento de poder que ya tenía preparado.

—Qué bueno que mi hija esté de vuelta… Pero como estás débil, ¿por qué no dejas que yo haga el trámite de transferencia para que sea más fácil? —dijo, empujando el fajo de papeles hacia Valeria.

Valeria fingió que temblaba mientras tomaba la pluma, pero en lugar de firmar, colocó su teléfono sobre la mesa, activó la grabadora y puso el altavoz. La voz de Mauricio del día anterior resonó claramente: “Vayan preparando la comida… los papeles de la dote yo me los llevo de una vez…”.

La habitación quedó en silencio. Mauricio se puso pálido, su madre quedó inmóvil.

Valeria los miró fijamente:

—No estoy muerta. Y esto es la prueba para que el juez procese sus intentos de apropiarse de mis bienes, e incluso de intento de daño físico. Mi abogado está escuchando en directo, y la policía está por llegar.

En ese instante, la puerta se abrió de golpe. Dos oficiales entraron junto con el abogado. Uno de ellos leyó la orden de citación contra Mauricio y su madre para iniciar la investigación.

La fiesta se convirtió en caos. Los familiares, que minutos antes reían, se apartaron rápidamente para no verse implicados.

Valeria salió de la casa con el corazón ligero. Sabía que había escapado de una trampa muy bien planeada, y que esta vez, los atrapados eran ellos.

De camino a la casa de su madre, miró por la ventana del coche; el sol brillaba intensamente. Ya no sentía el dolor de las heridas, solo el calor de haber recuperado su libertad. Los 15 millones de pesos seguían intactos, pero lo más importante era que había roto para siempre el lazo con una familia donde el afecto solo existía mientras hubiera beneficios.