Valentina Stepanovna apareció en el orfanato “Solnyshko” a principios de octubre, con el viento /btv1

Valentina Stepanovna apareció en el orfanato “Solnyshko” a principios de octubre, con el viento

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“¿Puedo ver a los niños?”, preguntó con voz temblorosa. “Acabo de hornear unos pasteles.”

Marina Viktorovna, la directora del orfanato, la observó con recelo. Pero cuando Valentina Stepanovna sacó un termo de té y una caja de pasteles rosados y fragantes, sus sospechas comenzaron a disiparse. Los pasteles eran caseros, auténticos, y sabían a hogar. “Los hago yo misma”, dijo la anciana, ajustándose el pañuelo. “Mi marido murió hace tiempo, mi hija también se fue. Pensé que los niños podrían disfrutar de estos.”

A pesar de su desconfianza inicial, Marina Viktorovna aceptó el gesto. Los niños comenzaron a esperar con ansias cada visita de la abuela Valya, quien con sus historias, su cariño y sus pasteles, llenaba el orfanato de alegría.

Capítulo 2: La abuela Valya y su mundo

Cada miércoles a las dos de la tarde, Valentina Stepanovna aparecía en la puerta del orfanato. Siempre con su abrigo viejo y la maleta con ruedas llena de dulces. Los niños la adoraban. Contaba cuentos de hadas, enseñaba a las niñas a trenzarse el cabello, y sorprendía a los niños con trucos de magia.

“Abuela, ¿de dónde conoces esas historias?”, le preguntó Nastya, una niña de ocho años.

“De mi abuela”, respondió Valentina Stepanovna, mirando por la ventana. “Son historias muy viejas… muy viejas…”

Pero algo extrañaba a Lena, la cuidadora. La anciana rara vez hablaba de sí misma. Nunca mencionaba a su marido ni a su hija, y nunca se refería a su vida antes de llegar al orfanato. A veces, Lena sentía que Valentina Stepanovna había dejado su pasado atrás, como si su vida hubiera comenzado únicamente en ese lugar.

Una vez, Lena le preguntó: “¿Dónde vives, Valentina Stepanovna?”

“En un barrio viejo”, respondió evasivamente la mujer. “La casa está bien, pero vacía…”

Capítulo 3: La tristeza misteriosa

Un mes después, Marina Viktorovna comenzó a notar algo extraño. Valentina Stepanovna parecía interesarse especialmente en los recién llegados, sobre todo en los adolescentes. Les preguntaba por sus familias, de dónde venían, y si tenían algún pariente cercano.

“La abuela Valya es tan amable”, decían los niños. “Pero a veces parece… triste.”


Lena también lo notó. La anciana, a menudo, se quedaba quieta, mirando con ojos perdidos una foto, o interrumpía sus historias de repente, como si un pensamiento sombrío la paralizara. Una tarde, mientras miraba las fotos de los niños en la pizarra, se quedó mirando fijamente la foto de Dima, un chico de dieciséis años que acababa de llegar al orfanato. Y de repente, Valentina Stepanovna rompió en llanto.

“¿Qué pasa?”, preguntó Lena, acercándose.

“Oh, nada, querida”, dijo la anciana, secándose las lágrimas. “Es solo que… siento mucho por todos ustedes.”

Lena se dio cuenta de que la mirada de la abuela Valya estaba fija en la foto de Dima, pero no entendía por qué.

Capítulo 4: Dima y su secreto

Dima Krasnov, un adolescente de dieciséis años, era un caso difícil. Había escapado de otro orfanato y llevaba consigo una carga de traumas. Según su expediente, su madre lo había abandonado de pequeño, y su padre nunca se conoció. Era un joven introvertido, agresivo y desconfiado.

Pero con Valentina Stepanovna, Dima parecía distinto. Escuchaba sus historias con atención, ayudaba a llevar su maleta y, por primera vez en mucho tiempo, sonreía.

“Qué extraño”, comentó Marina Viktorovna. “Dima no tiene una conexión con nadie más, pero parece sentirse atraído por Valentina Stepanovna.”

La anciana también lo trataba de una manera especial. Le llevaba pasteles aparte, le hablaba con más tiempo que a los demás, y le preguntaba por su familia.

“Según los papeles, mi madre murió cuando yo era muy pequeño”, le dijo Dima un día. “Y no sé nada de mi padre.”

“¿De dónde viene tu apellido?” le preguntó la abuela Valya.

“De los papeles”, respondió Dima, con la voz baja. “Lo heredé de mi madre.”

Valentina Stepanovna asintió, pero Lena vio que le temblaban las manos. Algo no cuadraba.

Lo que parecía ser una simple bondad de la abuela Valya comenzaba a esconder algo mucho más profundo y misterioso. Y las respuestas de Dima, las preguntas insistentes de la anciana y sus lágrimas, apuntaban a una conexión mucho más cercana de lo que nadie podría imaginar.