Un niño llamó a la policía diciendo que sus padres estaban haciendo algo en la habitación: los oficiales decidieron investigar… y lo que descubrieron fue escalofriante.

Un niño llamó a la policía para informar que algo malo estaba ocurriendo con sus padres: los oficiales en India entraron en la habitación y quedaron impactados por la escena aterradora.

La llamada al centro de control de la Policía de Delhi terminó tan abruptamente como empezó.

— “Ayuda, mis papás, ellos…” — la temblorosa voz de un niño llegó al receptor, pero antes de que pudiera terminar, se escuchó una voz masculina, áspera y alarmada:

— “¿Con quién hablas? ¡Dame ese teléfono!”

Después de eso, solo silencio.

El oficial que recibió la llamada se puso en contacto con su compañero. Según el protocolo, debían verificar la situación, aunque se tratara de una llamada accidental. Pero había algo en la voz del niño —miedo contenido, un leve temblor— que lo puso aún más alerta de lo normal.

Pocos minutos después, su patrulla se detuvo frente a una modesta casa de dos pisos en una tranquila colonia residencial de Gurugram. Por fuera, todo parecía absolutamente normal: césped cuidado, un fresco rangoli cerca de la entrada, y la puerta principal cerrada con llave. Pero por dentro, se sentía un silencio antinatural.

Los oficiales tocaron la puerta. Al principio, no hubo respuesta. Luego, la puerta se abrió y apareció un niño de unos siete años. Ojos oscuros, cabello bien peinado, aún con el uniforme escolar. Su mirada seria, casi adulta, sorprendió a los policías.

— “Hijo, ¿fuiste tú quien nos llamó?” — preguntó suavemente uno de los oficiales.

El niño asintió, se hizo a un lado y susurró:

— “Mis papás… están adentro.” — Señaló la puerta del dormitorio, entreabierta al final del pasillo.

— “¿Qué pasó? ¿Están bien tus padres?” — preguntó el oficial. Pero el niño no respondió. Se recargó contra la pared, con los ojos fijos en la puerta.

El agente más experimentado avanzó primero, con la mano cerca de su funda. Su compañera se quedó junto al niño, lista para protegerlo si era necesario. Lentamente, el oficial abrió la puerta… y quedó paralizado.

En el interior, sobre el suelo de baldosas, estaban sentados un hombre y una mujer —los padres del niño. Sus muñecas estaban firmemente atadas con bridas plásticas y sus bocas selladas con cinta adhesiva. Sus ojos, abiertos por el terror, miraban fijamente a los intrusos.

Y sobre ellos, de pie, un hombre con una sudadera negra, sosteniendo un cuchillo de cocina que brillaba bajo la luz.

El secuestrador se quedó inmóvil al ver el uniforme policial. El cuchillo tembló ligeramente en su mano mientras apretaba con más fuerza. No esperaba que la policía llegara tan rápido.

— “¡Policía! ¡Suelta el arma inmediatamente!” — gritó el oficial, sacando su pistola sin dudar.

Su compañera rápidamente arrastró al niño fuera del pasillo y lo protegió con su cuerpo.

El enfrentamiento duró solo unos segundos, pero pareció eterno. Finalmente, el intruso exhaló profundamente y dejó caer el cuchillo sobre el suelo de mármol con un leve sonido seco.

Instantes después, fue reducido y esposado. Los padres fueron liberados, jadeando por aire mientras les arrancaban la cinta de las bocas. La madre corrió hacia su hijo y lo abrazó con tanta fuerza que este gimió, aunque no intentó soltarse.

El oficial se agachó para mirar al niño a los ojos.

— “Eres muy valiente. Si no hubieras hecho esa llamada, esta noche pudo haber terminado muy diferente.”

Fue entonces cuando todos se dieron cuenta: el intruso había ignorado por completo al niño, pensando que era demasiado pequeño, demasiado débil como para ser importante. Ese error fatal decidió su destino… y salvó a la familia.