Mi hermana mayor acababa de cumplir 49 días desde su fallecimiento, y mi cuñado ya quería encontrar a alguien que le cuidara y le preparara la comida. Yo fui a encender incienso para mi hermana, cuando de repente…
Mi hermana mayor acababa de cumplir 49 días desde su fallecimiento, y el dolor aún no se había calmado cuando escuché a los vecinos murmurar:
“¡Tu cuñado ya anda insinuando que busca a alguien nuevo para que le prepare la comida!”
Mi corazón se encogió, sentí compasión por mi hermana y, al mismo tiempo, enojo hacia mi cuñado por lo apresurado.
Ese día, en silencio, fui a encender un incienso para mi hermana. Pero apenas crucé la puerta, mi sobrina de apenas 4 años corrió hacia mí, me abrazó con fuerza y gritó dos palabras que me dejaron paralizada:
“¡Mamá!”
Toda la casa quedó en absoluto silencio. Me arrodillé enseguida para abrazar a la niña, con lágrimas corriendo por mi rostro. Mi cuñado salió del cuarto, con los ojos enrojecidos, la voz entrecortada, y me susurró exactamente tres palabras:
“No te vayas…”
Me estremecí de pies a cabeza, sin saber si debía llorar o enojarme. Ese abrazo se prolongó hasta la medianoche, y aquella noche sucedió algo que nadie en toda la familia podría haber imaginado.
Y a la mañana siguiente, cuando aún no terminaba de asimilarlo, abrí el viejo armario de mi hermana —donde ella guardaba su ropa—, y un fajo de sobres cayó a mis pies. Dentro, cada hoja estaba llena de letras temblorosas, como un testamento:
“Si yo ya no estoy, por favor, quédate al lado de él y de nuestra hija en mi lugar…”
Toda la casa quedó en absoluto silencio. Me arrodillé de inmediato para abrazar a la niña, con las lágrimas corriendo por mi rostro. Mi cuñado salió de la habitación, con los ojos enrojecidos, la voz entrecortada, y me susurró…
Me estremecí de pies a cabeza, sin saber si debía llorar o enojarme. Y luego, aquella noche entera, sucedió algo que nadie en toda la familia podría haber imaginado…