Arrogante por tener un auto, el gerente de departamento regresó a su pueblo natal y sin dudarlo, derribó una vieja motocicleta que bloqueaba el camino, pero cuando descubrió la identidad del dueño, se quedó helado…
Este año, Jorge, de treinta y tres años, es el gerente de ventas de una reconocida empresa de bienes raíces. Después de muchos años de arduo trabajo, se compró un auto nuevo y flamante. Desde que lo tiene, anda con la cabeza en alto. Conduce su coche al trabajo, a reuniones de negocios, a su pueblo… en todas partes se pavonea como un rey.
El fin de semana, Jorge conduce hasta el pueblo natal de su novia, en las afueras, a unos cuarenta kilómetros de la Ciudad de México. Quería visitar la casa de ella y al mismo tiempo conocer a sus futuros suegros. En el camino, no dejaba de mirarse en el espejo, arreglándose el cabello, sonriendo con aires de suficiencia: “Tengo un coche, su familia me respetará”.
El camino rural era estrecho, con baches y piedras, y a ambos lados solo había campos. Jorge se molestó cuando vio varias motocicletas estacionadas invadiendo el camino. Tocó la bocina ruidosamente. Había una motocicleta estacionada un poco torcida, se bajó del coche, pateó con arrogancia el soporte lateral y la hizo caer al suelo. El dueño de la motocicleta salió, pero antes de que pudiera abrir la boca, Jorge le gritó:
—¡La próxima vez no estaciones tu moto tan estúpidamente, bloqueas el camino de la gente!
Volvió a subirse a su auto, cerró la puerta de golpe, pisó el acelerador y siguió conduciendo. En su mente solo pensaba en cómo los padres de su novia lo elogiarían por ser exitoso, tener su propio auto y una carrera estable.
Casi al final del pueblo, vio una vieja motocicleta Honda estacionada torcida en el camino, bloqueando el paso. Se molestó. Sería vergonzoso si su hermoso auto rozara esta motocicleta oxidada. Pensando eso, sin dudarlo, pisó el acelerador y golpeó suavemente la rueda trasera de la motocicleta. La moto se cayó de bruces, el espejo se rompió, el plástico se hizo añicos. Él suspiró de alivio, listo para seguir conduciendo, cuando de repente escuchó un fuerte grito desde la puerta de una casa:
—¿Qué le acabas de hacer a mi moto?
Un hombre de unos cincuenta años, alto y robusto, con el cabello canoso, vestido con ropa sencilla de color marrón oscuro, salió rápidamente. Su rostro era severo, su mirada fría. Jorge se detuvo. Se bajó apresuradamente del auto, con la intención de alzar la voz como de costumbre, pero al ver al hombre, sus piernas se sintieron débiles.
Era un hombre de mediana edad con una figura robusta, una mirada fría y un rostro severo. Jorge se dio cuenta de que era el padre de su novia.
Su arrogancia y soberbia se desvanecieron en un instante. Jorge se quedó atónito, mirando la vieja motocicleta Honda destrozada y tirada en el suelo, los pedazos del espejo y el plástico esparcidos. Esa motocicleta, la que el señor usaba todos los días para ir al campo o al mercado, ahora estaba hecha pedazos bajo las ruedas de su auto.
Tartamudeó, su voz apenas era un susurro:
—Eh… yo… lo siento, señor. Mi auto estaba un poco… atorado.
—¿Atorado? —preguntó el señor, con voz pesada—. ¿Estás diciendo que mi moto te estorbaba? ¿Crees que por tener un auto puedes hacer lo que te dé la gana?
Jorge bajó la cabeza, sin atreverse a mirar a los ojos furiosos del hombre. Las palabras del señor eran como cuchillos clavándose en su arrogancia. Nunca imaginó que el hombre a cuya motocicleta había derribado fuera su futuro suegro.
En ese momento, su novia, Sofía, salió corriendo de la casa. Vio la vieja motocicleta destrozada y la escena ante ella. Sofía se sorprendió, y luego reconoció que el auto era de Jorge.
—Jorge, ¿qué has hecho? —preguntó Sofía, con voz alarmada.
—Yo… no fue a propósito. Solo pensé…
—¿Pensaste qué? —lo interrumpió Sofía—. ¿Pensaste que por tener un auto tenías derecho a destruir la propiedad de otra persona? ¡Esta motocicleta es la que mi padre ha tenido por muchos años, es su única posesión!
Al escuchar esas palabras, Jorge sintió como si un rayo lo hubiera golpeado. Entendió que esa vieja motocicleta no era solo un medio de transporte, sino una parte de la vida de ese hombre sencillo. No solo había dañado el vehículo, sino que también había herido el orgullo de una persona.
El padre de Sofía no dijo nada más, solo miró a Jorge con decepción. Ese silencio era más aterrador que cualquier regaño.
Jorge comprendió que había perdido por completo el respeto del padre de Sofía, y probablemente también el de Sofía. El lujoso auto ya no era un símbolo de éxito, sino la prueba de su arrogancia y falta de respeto. Agachó la cabeza, con las piernas aún temblorosas, y se dio cuenta de una valiosa lección: El éxito no se mide solo por lo que tienes, sino por cómo tratas a los demás.
En ese momento, Jorge supo que no solo la motocicleta de su futuro suegro estaba rota, sino que su oportunidad de construir una vida feliz con Sofía también se había derrumbado.