¿¿A ella? ¿Para la eutanasia? ¿Qué hizo tan mal para merecer eso? /btv1

Egor llegó a la clínica veterinaria con un transportín en las manos, dentro del cual estaba su gato. La fila llevaba más de media hora; parecía que ese día había mucho movimiento en la clínica.

En la silla de al lado se sentaba una mujer con un transportín donde estaba un gato británico. Este se comportaba tan tranquilo que parecía que ni siquiera estaba allí.

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— ¿Qué le pasa? — no pudo aguantar Egor.

— Se lastimó una patita — respondió la mujer con brevedad.

— Bueno, eso se puede arreglar — asintió Egor, mientras dirigía la mirada hacia una esquina lejana donde en el suelo, encorvado, estaba un perro con ojos llenos de tristeza. El perro casi no se movía, aunque su dueño — un hombre corpulento de rostro enrojecido — incluso le había quitado la correa.

En esos ojos había algo intangible, inexplicable, pero terriblemente comprensible. Una sensación de desesperanza… no, incluso más profunda: de condena. Esa fue la palabra que cruzó la mente de Egor cuando volvió a mirar hacia allá.

Finalmente, llegó su turno. Egor tomó el transportín y entró en el consultorio. Mientras el veterinario le ponía la inyección a Marsik, Egor observaba las paredes, adornadas con carteles sobre el cuidado correcto de los animales.

— ¿Ese sigue sentado? — preguntó el veterinario de repente.

— ¿Quién? — se sorprendió Egor.

— Bueno, el perro… el que trajeron para la eutanasia.

— ¿Espere, en serio? ¿Ese perro que está en la esquina es para la eutanasia?

— Sí. Ya han venido dos veces. La primera vez lo convencieron de cambiar de opinión, pero volvió. Dice que no tiene tiempo, que debe trabajar y que el perro le estorba. Aunque el perro sólo tiene cuatro años — simplemente creció grande. Aún es joven, da pena… Pero el dueño está terco, lleva aquí desde la mañana esperando.

A Egor se le revolvió todo por dentro. Así que por eso en los ojos del perro se leía resignación. Él siente para qué lo trajeron. Y aceptó su destino. Simplemente se acostó y espera el final. No se mueve. No se resiste. Se ha rendido.

— Listo, su gatito está preparado. No olvide que le queda una vacuna más — dijo el veterinario devolviéndole a Mars.

— Sí, sí… claro, vendré — murmuró Egor mientras guardaba al gato en el transportín. Mars se acurrucó como de costumbre, como si nada hubiera pasado.

Egor, casi sin sentir las piernas, salió corriendo del consultorio y se dirigió directamente al hombre con el perro.

— ¡Démelo!

— ¿A quién? — se desconcertó el hombre.

— A ese perro. Usted mismo dijo que no lo quiere. ¡Entonces déjemelo a mí!

El perro, que había estado inmóvil todo el tiempo, levantó la cabeza y movió un poco la cola.

— Bueno, llévatelo… si así es — gruñó el hombre, le dio la correa a Egor y se fue apresuradamente, como si temiera que cambiara de opinión.

— ¿Cómo se llama? — gritó Egor mientras el hombre se alejaba.

— ¡Jack! — respondió antes de que la puerta se cerrara.

En ese mismo instante, el perro se levantó y en sus ojos brilló una chispa loca de esperanza. Miraba a Egor como preguntando: «¿De verdad? ¿No es un sueño? ¿De verdad me llevarás contigo?»

Egor dejó el transportín con Mars en el suelo y, abrazando a Jack por el cuello, susurró:

— Bueno, Jack… vamos a vivir. Vamos a casa. Te presentaré a alguien. Pero, por favor, no le hagas daño a Mars — es bueno, deben hacerse amigos. No hay otra opción.

Jack no dijo nada, sólo apoyó su húmeda y tibia nariz en la mejilla de su nuevo dueño. Egor se secó una lágrima, le puso la correa al collar y se puso de pie.

— Vamos a casa, chicos. Ya nos están esperando. Marina probablemente está preocupada y nosotros nos retrasamos aquí. No tengas miedo, Jack, ella es buena. Ahora todo será diferente, te lo prometo.

Y así se fueron. Un hombre con un transportín y un perro grande y peludo llamado Jack.

Ahora los veo de vez en cuando paseando. Sólo que el gato se queda en casa y ellos salen los tres: Egor, Marina y Jack. Jack ha cambiado un poco: tal vez creció o simplemente engordó. Su pelaje es espeso y brillante. Pero lo más importante son sus ojos. Ahora hay una felicidad verdadera en ellos. Porque encontró a una persona. Mejor dicho, a dos personas que son su familia. Y ya no está solo.