Regresó a Casa Después de un Turno Tardío en el Hospital y Encontró a su Esposo Durmiendo con su Amante — Se Sentó en Silencio a Observar… y el Final Fue Perfectamente Satisfactorio /btv2
El suave sonido de los tacones resonaba sobre el piso de mármol del apartamento de lujo en el piso 15 de un edificio moderno en Ciudad de México. Eran las 10 de la noche. Afuera, la ciudad brillaba con luces; adentro, en cambio, reinaba un silencio inquietante.
Mariana acababa de terminar su turno nocturno en el hospital. Estaba agotada, pero una leve sonrisa adornaba su rostro. Ese día se cumplían diez años desde su boda con Julián, y había comprado un regalo especial: un reloj de pulsera grabado con ambos nombres.
Pero algo se sentía extraño. El departamento estaba inusualmente callado—sin televisión, sin olores de comida, sin su esposo llamándola desde la cocina. Solo un frío silencioso y un presentimiento pesado en el pecho.
Dejó su bolso, colgó su abrigo y subió lentamente las escaleras. La puerta del dormitorio estaba entreabierta, y una tenue luz amarilla se escapaba por la rendija.
Mariana empujó suavemente la puerta—
Y su mundo se derrumbó.
Allí, sobre la cama, Julián dormía profundamente, abrazando a otra mujer.
La sábana había caído lo suficiente como para dejar al descubierto el hombro desnudo de la desconocida. Dormían profundamente, respirando al mismo ritmo, como dos amantes perdidos en un sueño.
Mariana se quedó congelada en el marco de la puerta, con la mano aferrada al borde.
La ira burbujeaba por dentro—pero no gritó.
No lloró.
En cambio, una calma helada se apoderó de ella.
Se dio la vuelta, bajó a la cocina y tomó una silla de madera.
Con pasos lentos y firmes, volvió al dormitorio y colocó la silla justo frente a la cama.
Se sentó.
Cruzó los brazos.
Y esperó.
No para pelear.
No para discutir.
Sino para verlos despertar.
Para presenciar su vergüenza.
Los minutos pasaron lentos.
En su mente, desfilaban diez años de recuerdos—el amor, los sacrificios, las señales que decidió ignorar.
Finalmente, después de casi una hora, Julián se movió. Abrió los ojos con desgano… y los abrió completamente al ver a Mariana sentada frente a él, con la mirada firme y helada.
—¿Mariana… qué… qué haces aquí? —balbuceó, sentándose de golpe y empujando a la mujer.
La otra también despertó, confundida, cubriéndose con la sábana.
—¿Quién eres? —preguntó ella, asustada.
Mariana sonrió. Una sonrisa fría. Inquietante.
—Soy su esposa. ¿Y tú? ¿La novia?
Su voz era calmada, pero cada palabra era una cuchilla. Julián intentó hablar:
—Mariana, no es lo que parece, yo… puedo explicarlo…
—No hace falta —lo interrumpió ella.
Se levantó, fue al armario, sacó la maleta de Julián y comenzó a empacar su ropa. Prenda por prenda. Con la calma de quien hace la colada.
Ambos la observaban en silencio, paralizados.
—¿Cómo te llamas? —preguntó de pronto Mariana, sin apartar la vista de la maleta.
—Yo… me llamo Valeria —murmuró la joven.
—Valeria, ¿sabías que él estaba casado cuando te acostaste con él?
Valeria bajó la cabeza, sin responder.
Mariana soltó una pequeña risa y cerró la maleta con el cierre.
Julián cayó de rodillas.
—¡Mariana, por favor! Fui un idiota. Fue un error. No volverá a pasar. ¡No me dejes!
Ella no lo miró. Colocó la maleta junto a la puerta, volvió a su silla y se sentó.
—¿De verdad crees que esperé una hora solo para escucharte disculparte?
No. Esperé para asegurarme de no hacer ninguna tontería.
Se levantó una vez más y señaló la puerta.
—Los dos. Fuera. Ahora.
Julián se quedó helado.
—Mariana, por favor…
—La maleta está lista. Si no te vas, llamaré a la seguridad del edificio. No me pongas a prueba.
Valeria, ya vestida, pasó junto a ella en silencio. Julián dudó.
—Julián —dijo ella con firmeza—, este es tu último momento en esta casa. No lo hagas más patético.
Él finalmente tomó la maleta y se marchó.
La puerta se cerró de golpe.
Mariana exhaló y se dejó caer en la silla. Exhausta. Pero serena.
Sin lágrimas. Solo un silencio profundo… y una paz desconocida.
Tomó su teléfono y escribió un mensaje corto a su abogado:
“Prepara los papeles del divorcio. Quiero que esto se termine antes de fin de mes.”
A la mañana siguiente, Mariana preparó su café y se sentó junto a la ventana. Su teléfono vibraba con mensajes de Julián. No abrió ninguno.
Sabía que el camino por delante no sería fácil.
Pero había elegido la libertad.
Y no pensaba mirar atrás.
Una semana después, Julián apareció en su puerta con flores y disculpas. Suplicó por otra oportunidad.
Mariana lo miró a los ojos, sonrió con gentileza y le dijo:
—Ya tuviste tu oportunidad, Julián. Ahora, me elijo a mí.
Cerró la puerta sin dudar.
Lo había atrapado con las manos en la masa.
Y había ganado—no con gritos ni lágrimas,
Sino con una fuerza que ni ella sabía que tenía.
Esa noche, Mariana se paró frente al espejo.
Llevaba puesto el reloj que alguna vez había comprado para él.
Sin decir nada, se lo quitó, lo guardó en su caja y susurró:
—Este regalo nunca fue para él.
Y salió bajo las luces de la ciudad, lista para escribir su próximo capítulo—en sus propios términos.