Encuentro inesperado

 

Alexandru Voinea era un hombre acostumbrado a tomar las riendas de su destino.

Desde niño, sabía que la pobreza no es un juicio y siempre luchó, sin importar los obstáculos. Hoy, dirige una empresa exitosa, conduce un coche caro y no escatima en trajes lujosos. La vida parecía haberle recompensado por fin todos sus esfuerzos.

Esa mañana, salía de un exclusivo gimnasio cuando una anciana le cerró el paso. Pequeña, encorvada, envuelta en un desgastado chal de lana, le tendió la mano temblorosa.

—Hijo… solo unas monedas por una hogaza de pan…

Alexandru retrocedió instintivamente e hizo una mueca. No le gustaba que lo llamaran así. Pero antes de apartar la mirada, sus ojos se posaron en un par de pequeños pendientes de oro que brillaban en las arrugadas orejas de la mujer.

El corazón le dio un vuelco. Conocía esos pendientes. Los reconoció sin dudarlo.

—¿Dónde los has conseguido? —preguntó de repente, sintiendo una fría tensión.

La anciana retrocedió alarmada y se tapó los oídos con el borde de su bufanda.

—Son míos…

—¡No puede ser! —La voz de Alexandru sonó más fuerte de lo que pretendía—. Estos pendientes… los compré. Hace diez años… para mi amada…

Se interrumpió. Los recuerdos lo invadieron. Una chica de sonrisa traviesa, su risa cristalina, el olor a lluvia primaveral cuando se escondían bajo el mismo paraguas… Y el día que desapareció.

Se fue sin dejar rastro, dejando solo una breve nota: «Perdóname, debo…».

—¿Quién eres? —casi susurró, dando un paso al frente—. ¿De dónde sacaste estos pendientes? ¿Adónde se fue…?

La anciana alzó hacia él su mirada llena de lágrimas. Había tanto dolor en sus ojos que Alexandru comprendió de repente: estaba a punto de descubrir una verdad que podría poner su mundo patas arriba.

—Perdóname, hijo… pero no te han dicho toda la verdad…

Un escalofrío le recorrió la espalda. Aún no sabía qué estaba a punto de oír. Pero una cosa tenía clara: su vida nunca volvería a ser la misma…

La anciana suspiró profundamente y, con mano temblorosa, sacó una vieja foto arrugada de su bolso. Alexandru lo reconoció al instante: eran de él y ella, su primer amor, Bianca. Su corazón empezó a latir más rápido.

—¡¿De dónde has sacado eso?! —casi exclamó.

—Ella… es mi nieta —susurró la mujer—. Y tú… eres el padre de su hijo, Alexandru.

Se fue porque temía que no la aceptaras, que eligieras una carrera… pero no puedo ocultarle la verdad por más tiempo. Mi nieta necesita ayuda. Está enferma.

Alexandru se quedó petrificado. Bianca… una niña… su hija. Apenas podía creerlo. Diez años de mentiras y silencio se habían derrumbado en un instante.

—¿Dónde está? —le tembló la voz.

La anciana le dio la dirección. Sin dudarlo, Alexandru corrió a su coche. El mundo a su alrededor dejó de existir. Solo sabía una cosa: tenía que encontrarla. Y esta vez, no dejaría que el destino se interpusiera entre ellos.